La chipa y su legado vivo en Semana Santa

Más que un alimento, la chipa es parte del corazón cultural del Paraguay. En Semana Santa, su preparación se transforma en un rito colectivo que transmite identidad, memoria y afecto.

Un pan que no es solo pan

Cada Semana Santa, en miles de hogares paraguayos, se revive una escena que atraviesa generaciones, las mesas llenas de ingredientes, manos que amasan con calma, fuego que crepita en el tatakua y el inconfundible aroma de la chipa que envuelve patios y cocinas. Este alimento, compacto pero lleno de historia, es una expresión de la identidad nacional paraguaya.

La chipa es, sin exagerar, una especie de pan sagrado para los paraguayos. No solo por su presencia cotidiana en desayunos y meriendas, sino porque se convirtió en un símbolo de reunión familiar, especialmente en los días previos a la Pascua. Su preparación en Miércoles Santo no es un simple acto culinario sino un ritual que fortalece vínculos y aviva la memoria colectiva.

El origen en la necesidad

Lejos de ser un producto de recetas de lujo, la chipa nació de la carencia. Durante la época colonial, en una tierra alejada de la metrópoli española y sin acceso a harina de trigo, los pobladores locales encontraron en la mandioca un sustituto noble. Del almidón extraído de esta raíz lograron elaborar una masa sin levadura que, mezclada con grasa y sal, se convirtió en un pan propio, adaptado al entorno y a sus posibilidades.

Según el chef e investigador Vidal Domínguez, este pan primitivo era conocido como mbujapé avati, que en guaraní significa “pan de maíz”. En sus primeras versiones, la receta incluía grasa animal, sal vegetal, almidón de mandioca y harina de maíz. Con el tiempo, y a partir de la influencia española, se sumaron ingredientes como el queso, la leche y los huevos. Así nació la chipa que conocemos hoy, con múltiples variantes pero una misma raíz.

Influencias indígenas y coloniales

La historia de la chipa es también la historia del encuentro entre culturas. La técnica indígena se combinó con los sabores traídos por los españoles para dar origen a un alimento que es, en esencia, mestizo. Domínguez afirma que incluso el nombre “chipa” podría haber sido adoptado de la lengua quechua, donde esa palabra designaba al pan de maíz. “A los guaraníes les gustó y quedó dentro del lenguaje”, explicó.

La fusión cultural también se refleja en el cocido, compañero infaltable de la chipa en desayunos y meriendas. Este, según el chef, nació del consumo indígena de la yerba mate como bebida caliente o refrescante, y fue evolucionando con la llegada del azúcar y otras técnicas europeas. “La chipa y el cocido son testimonio del mestizaje gastronómico”, sostuvo.

La chipa como patrimonio afectivo

Pero más allá de su historia y evolución, la chipa ha adquirido un valor afectivo profundo. La directora general de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Asunción, Marcela Bacigalupo, sostiene que el chipa apo (acto de hacer chipa) es una costumbre que une a las familias. “Lo hacemos juntos, es una comida comunitaria. No se trata solo de comerla, sino de prepararla en familia”, expresó.

En barrios como Punta Karapá, esta tradición se materializa con fuerza. Desde hace más de una década, un horno comunitario de barro —el tatakua— se enciende cada Semana Santa para hornear chipas que luego se distribuyen entre las familias. Allí, el fuego no solo cocina: también convoca y fortalece los lazos vecinales.

Símbolo de identidad y orgullo

La chipa forma parte de un trío culinario que define la mesa paraguaya: junto con el mbeyú y la sopa paraguaya, es motivo de orgullo nacional. No es extraño, entonces, que la población se moleste cuando otros países intentan apropiarse de estos platos como si fueran propios. La chipa no es solo comida: es patrimonio, historia y resistencia.

Tanto es así, que por ley, el segundo viernes de agosto se celebra el Día Nacional de la Chipa en Paraguay. Un reconocimiento oficial a un alimento que ha atravesado siglos, adaptándose a los tiempos sin perder su esencia.

Un bocado de historia viva

En cada chipa que se amasa, hay una porción de historia y un eco de las manos que la hicieron antes. Cada Miércoles Santo es una nueva oportunidad para reconectar con esa raíz, para compartir tiempo en familia, para hacer una pausa y recordar que hay alimentos que alimentan el cuerpo, pero también el alma.

Porque la chipa no se come solo con la boca. Se come con los recuerdos, con las manos de la abuela, con el aroma del tatakua, con las charlas mientras se espera que se dore. Es alimento, sí. Pero también es símbolo. Y en Paraguay, pocos símbolos tienen tanto sabor.

Fonte: Paraguay.com